lunes, 15 de marzo de 2010

De la contemplación y el estallido

Autor: Xavier Jordán A.
“Pero, aún así, ese pozo seco es siempre
el más hondo de todo el Chaco.”
(Augusto Céspedes)


“El valor cultual de la imagen tiene su último refugio en el culto al recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos. En las primeras fotografías vibra por vez postrera el aura en la expresión fugaz de una cara humana” (Walter Benjamín, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica)

La secuencia fotográfica que propone este texto fue disparada por Rodolfo Torrico, el “turi”, durante la Guerra del Chaco.

Uno: A campo abierto y de rodillas, dos soldados bolivianos dan lo que sería su último rezo. Capellán de la tropa y verdugo flanquean a los condenados. Un pañuelo blanco cuelga de la mano de quien vendará los ojos de sus camaradas desertores. El Chaco envuelve su manto de calor y de selva minutos antes de producirse un próximo estallido. Cuando Benjamín explica el valor “cultual” (entiéndase cultural) de la fotografía a partir de la inmortalización del rostro como el principio fundamental de la memoria, enfrentarnos a una imagen como esta nos desplaza del campo de la razón al de la más pura experiencia sensorial (Sensorium según el alemán) y nos deja perplejos en su concepto de reproductibilidad. ¿Cuál es el “recuerdo de los seres queridos, lejanos o desaparecidos” que inmortaliza el “turista” fotógrafo?. El instante que precede a la muerte, diría Borges, y con ello la perpetuación ya no de unos seres sino de un angustioso sentimiento. La muerte de los soldados ha sido congelada como hecho, si, pero sobre todo como sensorium, es decir como experiencia emocional.

“Con Atget comienzan las placas fotográficas a convertirse en pruebas en el proceso histórico. Y así es como se forma su secreta significación histórica. Exigen una percepción en un sentido determinado. La contemplación de vuelos propios no resulta muy adecuada. Puesto que inquietan hasta tal punto a quien las mira, que para ir hacia ellas siente tener que buscar un determinado camino.” (Walter Benjamín, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica)

Dos: Vistos desde un plano abierto, los soldados se preparan para su funesta tarea. Acá los rostros han sido cercenados con lo cual el “turi” sustituye la función recordatoria de la fotografía para expresar la “inquietud” de la que habla Benjamín. Lo único que está frente a nosotros, perceptores, son los condenados. Sin embargo están muy lejos de la representación emotiva, no se los precisa emocionalmente. El resto nos da la espalda, no contemplamos ya la sensorialidad del retratado sino que se nos presenta una suerte de camino perceptivo hacia el entendimiento del vacío que supone un fusilamiento. Esa es la “secreta significación histórica” de la imagen que nos condena irremediablemente a “buscar un determinado camino”. El inquietante camino hacia la muerte.

“Se trata de mirar más de cerca. Disipación y recogimiento se contraponen hasta tal punto que permiten la fórmula siguiente: quien se recoge ante una obra de arte, se sumerge en ella; se adentra en esa obra” (Walter Benjamín, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica)

Tres: Fuego¡¡¡ La fotografía es casi un sonido. Es el estruendo que agita la selva. El humo que escupen los fusiles por encima de la muerte. Todo el recogimiento que Benjamín exalta en la contemplación artística está presente en este pelotón de fusilamiento. La representación histórica, el encadenamiento emocional del momento congelado y el sumergimiento pleno de la percepción artística se fusionan en el momento exacto en que el arma del fotógrafo ha sido disparada. Dos personajes aislados completan la agonía. Quien comanda a la tropa presencia impávido el horror ¿Qué pensamientos atraviesan ya su oficio? Más allá, un solitario personaje deja caer en su postura todo el universo de un ingrato deber que lo acompaña.

“A pesar de toda la habilidad del fotógrafo y por muy calculada que esté la actitud de su modelo, el espectador se siente irresistiblemente forzado a buscar en la fotografía la chispita minúscula de azar, de aquí y ahora, con que la realidad ha chamuscado por así decirlo su carácter de imagen” (Walter Benjamín, Pequeña historia de la fotografía)

Cuatro: La contemplación del cadáver es la más pura visión de la muerte. Todos los rostros aquí son uno y vuelve Torrico a plantear la perpetuación de la memoria. La sensorialidad se multiplica en esa tropa que acompaña el ingrato deseo de no ser y la “chispita minúscula de azar” que nos compone como espectadores, se detiene en cada uno de esos rostros y de esas múltiples angustias que son el todo fotográfico. El valor cultual de esta secuencia es, por consiguiente, la posibilidad de entender el hecho no desde lo que pasa sino desde cómo se vive y se siente. Torrico no dispara al azar para reflejar la maleza, el tronco, el cadáver… sino para componer el mundo sensorial que habita en esos seres que son todos y ninguno. Inmortalización de la memoria de quienes se vieron forzados a sucumbir en el pozo profundo de esa guerra.


Publicado por:
Revista de ciencias sociales "AVATARES"
Nº 2 "Pensamiento intelectual surgido en Cochabamba"
Septiembre 2009

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